Recientemente participé en la administración de una
prueba vocacional a estudiantes que ingresarán a la universidad, una
experiencia que me ha llevado a reflexionar sin descanso sobre la
sobreprotección y sus terribles efectos en el específico caso de los jóvenes
con discapacidad.
Si proteger implica resguardar a alguien ante un eventual
peligro o problema, sobreproteger en cambio pasa los límites de lo razonable y
hasta puede llegar a convertirse en una obsesión. Todos somos susceptibles de
sobreproteger o de ser sobreprotegidos, pues es un asunto que va más allá de la
relación entre padres e hijos, pero… ¿hasta qué punto esa idea fija en la mente
por el bienestar de ese ser querido será garantía de su seguridad o éxito?
Volviendo a la experiencia de la prueba que comenté al
inicio, en menos de cuatro horas me encontré rodeada de padres que se negaban a
dejar solos a sus hijos en las aulas, otros que miraban escondidos por una ventanita y, los más osados, hasta
hacían señas a los profesores. En los alrededores una madre me confesó con
lágrimas en los ojos su desesperación por saber cómo iba su hija, su miedo por
lo que podría estar respondiendo, porque esta vez ella no estaba allí para
ayudarla.
Puedo entender que si la experiencia de interactuar con
la sociedad muchas veces no ha sido positiva, el miedo al abuso y a la
discriminación pueden invadirnos, pero la realidad es que como padres o
responsables de alguien con discapacidad conviene reforzar la libertad de
explorar, experimentar y romper los paradigmas que puedan obstaculizar el logro
de la independencia. Demos un voto de confianza a ese proceso que los llevó a
estar a las puertas del ingreso a una universidad. No me cansaré de repetir que
traspasar nuestros miedos a través de la sobreprotección a largo plazo traerá
consecuencias en el desarrollo integral de cualquier sujeto.
El miedo lleva implícito un bajo concepto de sí mismos,
dificultades para entablar o mantener relaciones interpersonales, puede generar
dudas que hacen difícil la toma de decisiones por terror a equivocarse y ser
doblemente juzgados, sin olvidar la no menos importante consecuencia de crear
un abismo entre padres e hijos, quienes pueden sentirse atrapados y sin salida.
Desde mi perspectiva, la sobreprotección además de ser
sinónimo de miedo tiene altas dosis de falta de confianza. Por eso me pregunto…
¿Qué se siente cuando no confían en nosotros? ¿Deseamos esa sensación para
quienes más queremos? Invito a los padres a pensar que, cada vez que
sobreprotegen a su hijo, se están enfocando en lo que no pueden hacer, cuando
lo que debe predominar es el apoyo a sus capacidades. Lo ideal entonces será
ayudar a vivir, que no es más que brindar la oportunidad de disfrutar
plenamente de todas las posibilidades.
No hay comentarios:
Publicar un comentario