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viernes, 29 de mayo de 2015

Mi hijo, mi obsesión

Recientemente participé en la administración de una prueba vocacional a estudiantes que ingresarán a la universidad, una experiencia que me ha llevado a reflexionar sin descanso sobre la sobreprotección y sus terribles efectos en el específico caso de los jóvenes con discapacidad.
Si proteger implica resguardar a alguien ante un eventual peligro o problema, sobreproteger en cambio pasa los límites de lo razonable y hasta puede llegar a convertirse en una obsesión. Todos somos susceptibles de sobreproteger o de ser sobreprotegidos, pues es un asunto que va más allá de la relación entre padres e hijos, pero… ¿hasta qué punto esa idea fija en la mente por el bienestar de ese ser querido será garantía de su seguridad o éxito?


Volviendo a la experiencia de la prueba que comenté al inicio, en menos de cuatro horas me encontré rodeada de padres que se negaban a dejar solos a sus hijos en las aulas, otros que miraban escondidos por una ventanita y, los más osados, hasta hacían señas a los profesores. En los alrededores una madre me confesó con lágrimas en los ojos su desesperación por saber cómo iba su hija, su miedo por lo que podría estar respondiendo, porque esta vez ella no estaba allí para ayudarla. 
Puedo entender que si la experiencia de interactuar con la sociedad muchas veces no ha sido positiva, el miedo al abuso y a la discriminación pueden invadirnos, pero la realidad es que como padres o responsables de alguien con discapacidad conviene reforzar la libertad de explorar, experimentar y romper los paradigmas que puedan obstaculizar el logro de la independencia. Demos un voto de confianza a ese proceso que los llevó a estar a las puertas del ingreso a una universidad. No me cansaré de repetir que traspasar nuestros miedos a través de la sobreprotección a largo plazo traerá consecuencias en el desarrollo integral de cualquier sujeto.
El miedo lleva implícito un bajo concepto de sí mismos, dificultades para entablar o mantener relaciones interpersonales, puede generar dudas que hacen difícil la toma de decisiones por terror a equivocarse y ser doblemente juzgados, sin olvidar la no menos importante consecuencia de crear un abismo entre padres e hijos, quienes pueden sentirse atrapados y sin salida.
Desde mi perspectiva, la sobreprotección además de ser sinónimo de miedo tiene altas dosis de falta de confianza. Por eso me pregunto… ¿Qué se siente cuando no confían en nosotros? ¿Deseamos esa sensación para quienes más queremos? Invito a los padres a pensar que, cada vez que sobreprotegen a su hijo, se están enfocando en lo que no pueden hacer, cuando lo que debe predominar es el apoyo a sus capacidades. Lo ideal entonces será ayudar a vivir, que no es más que brindar la oportunidad de disfrutar plenamente de todas las posibilidades.  

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