Recientemente participé en la administración de una
prueba vocacional a estudiantes que ingresarán a la universidad, una
experiencia que me ha llevado a reflexionar sin descanso sobre la
sobreprotección y sus terribles efectos en el específico caso de los jóvenes
con discapacidad.
Si proteger implica resguardar a alguien ante un eventual
peligro o problema, sobreproteger en cambio pasa los límites de lo razonable y
hasta puede llegar a convertirse en una obsesión. Todos somos susceptibles de
sobreproteger o de ser sobreprotegidos, pues es un asunto que va más allá de la
relación entre padres e hijos, pero… ¿hasta qué punto esa idea fija en la mente
por el bienestar de ese ser querido será garantía de su seguridad o éxito?